Olafo y los amigos. Jorge Ibargüengoitia y avionazo de Avianca en 1983 es un libro de ensayos compilado por Amaranta Caballero Prado y publicado por Ediciones La Rana en su colección Montaigne, en agosto de 2022. El texto busca no olvidar a los intelectuales que perdieron la vida en el trágico accidente aéreo del día 27 de noviembre de 1983, del vuelo comercial 011 de la aerolínea Avianca, en los que viajaban, además de Jorge Ibargüengoitia, Ángel Rama, Manuel Scorza, Marta Traba y la pianista Rosa Sabater, quienes se dirigían al Primer Encuentro de Cultura Hispanoamericana a celebrarse a partir del 28 de noviembre en Bogotá, Colombia.
“Cada uno de los participantes convocados a escribir estos ensayos breves reúne talentos, puntos de vista, diagnósticos y estilos particulares que permiten comentar, recordar y transmitir a las nuevas generaciones de lectores, estudiantes, audiencias, la vigencia e importancia de cada una de estas vidas y trayectos unidos no sólo por la historia del arte y la literatura iberoamericana sino, también, porque estuvieron juntos el mismo último instante de su vida a bordo de Olafo”, apunta en el prólogo Caballero Prado. Cabe mencionar que así se le llamaba cariñosamente al avión en cuestión, por haber pertenecido a la Scandinavian Airlines Systems. Y también señala la misma autora que este libro se ha impuesto ya que “Si bien la obra de este grupo de intelectuales y artistas fallecidos en ese avionazo ha continuado su trayecto a través de los años —aulas de universidades, instituciones o sitios independientes donde la literatura latinoamericana es pilar—, en algunos casos no ha sido lo suficientemente revisada o reconocida”. Por ejemplo, en México la obra de Jorge Ibargüengoitia goza de prestigio en el terreno literario y es bien leído, pero más allá de país “es raro que se le identifique”, lo mismo sucede con Ángel Rama, de quien, más allá de su libro póstumo La ciudad letrada, que es materia obligada de posgrados de literatura o estudios culturales, no se le lee como el cuentista, novelista o dramaturgo que también fue. Casos parecidos ocurren con los demás artistas.
La introducción el libro corrió a cargo del periodista Arturo Lezcano, autor del podcast “Olafo” donde presenta una investigación que realizó sobre tal avionazo y en el cual hace un rastreo de su conocimiento de la obra de Jorge y los demás artistas e intelectuales; y cómo su curiosidad a la postre se volvió una obsesión por el tema, lo cual derivó en un trabajo periodístico que se convertiría también en un libro titulado Madrid, 1983 (Libros del KO).
Eduardo Padilla rinde, con los recursos propios de su estilo irónico, un homenaje a la memoria de Ibargüengoitia titulado “Ponga su sangre en nuestras manos”, a propósito de las personas entrañables que pierden la vida en los accidentes, esos fallos del destino por donde se cuela la fatalidad.
Flor Aguilera N. en su “Jorge Ibargüengoitia en su contexto literario” nos sitúa en las coordenadas literarias en las que la obra del guanajuatense se inserta, tras el descrédito de las narrativas de la Revolución que Ibargüengoitia viene a desmitificar y relativizar. Esto es así, ya que, como explica la profesora del Departamento de Letras Hispánicas de la Universidad de Guanajuato, la Generación de Medio Siglo a la que pertenece Ibargüengoitia “promovía un arte digamos apolítico en apariencia, enfocado más en lo individual que en los social, como producto de un cambio radical de ideología”.
En “Marta Traba. Todos los nombres de la conciencia”, la artista y escritora Flor Bosco se dedica a informarnos quién era Traba, quien a sus 53 años “ingresó al olvido” ya que “cuando menos en México, se desconoce su obra fuera del círculo intelectual, a pesar de que su trilogía de novela testimonial se editó en este país y era reconocida por escritores como Elena Poniatowska, José Emilio Pacheco y Jorge Ibargüengoitia”. Bosco pone de relieve su obra, con un énfasis final en su único libro de poesía, Historia natural de la alegría. “Tengo el presentimiento de que, si aún viviera, habría regresado a la poesía, para desplegar en ella todos los nombres de la conciencia”, finaliza su ensayo Bosco.
En “Visión cartográfica de Ángel Rama”, Leonardo Iván Martínez rastrea el concepto clave de transculturización usado por Ángel Rana en Fernando Ortiz, y nos da una reseña de La ciudad letrada, libro en el que “Rama se enfoca en diseccionar a ese sector social poseedor de la palabra escrita y que en buena parte ha colaborado —desde la conquista, pasando por el periodo colonial y el surgimiento de las naciones independientes— a la consolidación de élites que se suceden unas tras otras en el poder”.
“En la condición latinoamericana de Manuel Scorza: ente la revolución y el amor”, Daniel Rojas Pachas habla los aspectos revolucionarios y amorosos en la obra de Scorza que “guarda como eje transversal un dualismo permanente y vital que da cuenta de un desencuentro agónico entre amor y revolución, entre vida y muerte, como fuerzas que se contraponen”. No obstante su compromiso, nos dice Roas Pachas, la obra de Scorza evade el panfleto y tiene estrictos méritos literarios. Scorza era un hombre que pensaba que “El amor y la felicidad son los hechos realmente subversivos”.
En “Rosa Sabater i Parera” Sheherezade Bigdalí reconstruye la historia conocida de esta pianista a partir de unas cuentas notas periodísticas y rellena los huecos de la Historia con fragmento imaginativos de prosa que raya en poesía en la que la ensayista ve con los ojos del amor a la pianista en su crecimiento y desarrollo, dando cuenta de sus dotes de cronista libre y amante de la música. “Por lo pronto, escuchémosla”, termina Bigdalí, como una invitación abierta al público.
En “Balas y pólvora ibargüengoitiana”, Ricardo García Muñoz hace una genealogía de sus recuerdos relacionados con el escritor que bautizó a Guanajuato como Cuévano, recuerdos que se remontan a la infancia. En este ensayo nos dice: “La obra de Jorge Ibargüengoitia no es una serie de libros expuestos en la fila del librero con el afán de combinarlos con el tapiz y la alfombra o para ser leídos una vez y dejarlos como la pata de la mesa; el lector no lo vive como una obra literaria, sino una experiencia de fascinación”.
En “Jorge Ibargüengoitia entre elementos” el crítico literario Carlos Ulises Mata escapa de momento del ensayo académico rígido para permitirse la libertad de escribir de Ibargüengoitia desde el afecto, en torno al motivo de los cuatro elementos de la naturaleza según los griegos: agua, tierra, aire, fuego. Respecto a cada uno de ellos, nos da cuenta del universo literario y vivencial del autor guanajuatense. Cabe mencionar que este ensayo está dedicado a Juan Villoro.
En “Pequeño trípode cojo para no olvidar a Jorge Ibargüengoitia”, Pedro Mena Bermúdez, con su estilo agrio característico, hace una especie de antihomenaje en tres tiempos, escapando de la solemnidad para dar notas de un humorismo ácido. Termina su ensayo con una cita de Cioran acerca de la inutilidad de los homenajes “cuando hasta las universidades lo hacen”, ya que, en palabras del rumano “La consagración es el peor de los castigos”.
En su epílogo, Caballero Prado trae a la memoria a Joy Laville, compañera de Ibargüengoitia, ya que, si bien no murió en el avionazo “considero importante mencionarla e incluirla en este documento, en este viaje, donde sí van juntos”. Remata el libro el poema “Pase de abordaje” de la poeta guanajuatense y amiga íntima de Ibargüengoitia Margarita Villaseñor, escrito tras la muerte de su amigo.
En suma, un libro que profundiza sobre algunos aspectos conocidos y abona muchos elementos nuevos para quienes desconocíamos tan a detalle a los intelectuales muertos en este avionazo hasta antes de leer este libro.